lunes, 25 de julio de 2011

Había una vez...

Había una vez, en una lejana ciudad interior de provincias, un grupo de quinceañeros que estaban terminando eso que por aquella época se llamaban estudios secundarios. A pesar de ir a un colegio de curas, aquellos chicos pasaban de la vida de Jesucristo. Años atrás, aquellos chicos iban peinados a ralla, con jerseis de cenefas y pantalones de pana, comprados por sus sobreprotectoras mamás. Sin embargo, a partir del año pasado algo comenzó a cambiar. Por alguna razón algo cambió en el todo, y dejaron de pegarles collejas e insultarles. Cuando echaron la vista atrás, se dieron cuenta que todos aquellos que los insultaban repetían, o hacían la secundaria para adultos o estaban siendo mamás. Eran libres.
Toda una transformación física se dió en ellos; sustituyeron sus jerseis de rayas por camisetas de Metallica o Nirvana, dejaron crecer su pelo hasta tener largos cabellos y empezaron a usar botas de cuero.
Intelectualmente, abandonaron los libros de Eragon, Dragonlance y el Señor de los Anillos para leer, sin comprenderlos muy bien, a Edgar Allan Poe o a Kafka. Los viernes no pernoctaban jugando al World of Warcraft o al Call of Duty, sino que salían al único pub de su ciudad con gente de su calaña. Y la vida seguía feliz su curso, al margen del mainstream, siendo felices de no ser borregos anonadados y creyéndose herederos del espíritu de Baudalaire y la boheme francesa, espíritu inflamado por la absenta sobrepreciada que el tipo del pub les vendía haciendo la vista gorda respecto a su mayoría de edad.
Cuarto curso pasó, y algunos entraron en el Bachiller, otros repitieron cuarto y algún despistado se metió en un Ciclo Formativo. Todos fueron a Artes o a Letras, salvo uno que quería ser médico, como el Che (en realidad su padre no podía concebir a su hijo de diseñador plástico de interiores) y se metió a Ciencias de la Salud. La vida seguía su curso, y conocían gente nueva, como a ese tipo que hacía un Grado Superior de informática con veintitrés años y les pasaba hierba o a un grupillo de chicas góticas que acababan de entrar al bachillerato de Artes.
Todo iba bien, algunos comenzaron a salir con las chicas y otros seguían su camino hacia otros derroteros, como manga o el rol. Sin embargo, hacia mediados de curso, algo comenzó a fallar. El sistema no funcionaba. Y no Sistema del conglomerado imperialista capitalista, ni el Sistema social, sino su sistema. Salvo los dos afortunados que habían pillado cacho, el resto estaba más caliente que el palo de un churrero. Y el porno no satisfacía la libidinosa sensación.
El que estudiaba Ciencias de la Salud cada vez los veía menos. Hacía tiempo que se cortó el pelo y cambió sus camisetas de grupos heavys por polos de El Corte Inglés, con marcas sobredimensionadas en la pechera, como estilaba la moda de ese año. Escuchaba la música, reducto de su pasado, de vez en cuando y a escondidas.
El año pasó, y comenzó segundo de bachillerato. Alguno repitió y comenzó a estudiar un ciclo formativo.
El resto comenzó segundo. Uno de ellos consiguió una novia gótica que hacía un ciclo formativo de peluquería tras repetir el bachillerato de Artes. Hacía tiempo que dejaron de leer a Poe y compañía, salvo uno que tenía claro hacer Filología Hispánica. El resto del grupo ya no tenía claro su futuro. Las camisetas pasaron a ser simplemente negras, desaparecieron las muñequeras de cuero y dejaban ver de vez en cuando por las discotecas en algún cumpleaños de alguien del mainstream que les invitaba. Del death metal pasaron a Linkin Park, y de Linkin Park acabaron con Juan Magan y los remix de Pitbull en su nueva Blackberry conseguida con puntos. El pelo largo e convirtió en loncha y las camisetas negras en camisas de Polo Ralph. Llegó la Selectividad. Uno no pudo ser médico y estudió fisioterapia. Salvo el que quería estudiar Hispánicas, el resto se decantó por Psicología, Derecho y Periodismo. El joven de vientitrés años pasó de militar en el PCE a entrar en el ejército, y las chicas góticas metamorfosearon rápidamente, dejando a Meyer por Federico Moccia.
Y ahora, uno de esos chicos sostiene una manguera en el jardín de su chalet de Torrevieja, mientras dirije miradas lujuriosas al BMW de su padre. Cuando se saque el carnet, quizás pueda ir a toda leche con lo último de David Guetta y dos pijitas de su Facultad de Derecho borrachas dispuesto a pasar la noche de viernes de su vida, tras ir al equivalente a Pachá de su ciudad, solo si su padre le deja el coche. Y tiene esos pensamientos casi lascivos, sin nigún remordimiento, mientras viste su vieja camiseta de Rammstein, que ha sido destituida a esos menesteres, descolorida y con el estampadado casi borrado, reducto de su ominoso pasado que nadie debe descubrir en su nueva Facultad.

sábado, 23 de julio de 2011

Rebelión el la granja




El siglo XX fue testigo de los mayores horrores conseguidos por la Humanidad. No solamente aberraciones físicas. Aparte de las cruentas matanzas (dos guerras mundiales, limpiezas étnicas durante todo el siglo y terror nuclear) el hombre descubrió que era mejor domar la mente del hombre que subyugar su cuerpo con el látigo. Y así surgieron las ideologías totalitarias. Y esto, Goerge Orwell (1903-1950) lo sabe bien, y lo plasmará en Rebelión en la granja y 1984.
Orwell, profundo antiestalinista tras su estancia como combatiente del POUM durante la Guerra Civil de aquí, alegoriza la historia de la primera mitad de siglo en una granja corriente de Gran Bretaña. El Viejo Mayor, un enorme cerdo de concurso, reúne a los animales de la granja para contarles su visión de la vida y su sueño. Él sueña con un mundo donde el trabajo de los animales repercuta sobre ellos mismos, y su sueño es verlo cumplido. A partir de aquí, la mala gestión del señor Jones sobre la granja y las diferencias entre los herederos ideológicos de el Viejo Mayor, Napoleón y Snowball, trazarán, como hemos dicho, una parodia simpática (y algo dura en ciertos pasajes) sobre la historia rusa y en particular el gobierno de Stalin.
El libro está escrito en un registro sencillo, sin grandes alardes. De forma lineal y con un gran ritmo, pues en apenas cien páginas se relata el auge de un monstruoso sistema y la caída de un sueño durante varios años. Y, así como en la otra gran obra de Orwell, 1984, la intención final del autor no se ve hasta el último párrafo de la obra.
La metáfora que nos transmite el libro es clara; cualquier lector con un mínimo de información reconocerá al Viejo Mayor como una mezcla entre Marx (por ser padre ideológico del Animalismo) y Lenin (por ser el germen de cambio y que su cadáver sea expuesto); verá a Napoleón como Stalin y Snowball como Trotsky, o al cuervo amaestrado como a la Iglesia. Y sabrá que la Batalla del Establo de las Vacas es la guerra civil rusa y la batalla del Molino la Segunda Guerra Mundial, y este molino se referirá a los planes quinquenales.
Independientemente de su valor político/ adoctrinador o como quiera llamársele, en este libro veo más una crítica al estalinismo que al comunismo. Todo va bien con el comunismo hasta que Napoleón toma el poder. Y en otra lectura, el libro es un alegato contra la fuerza destructora de la vanidad y codicia frente a la ideología, a la venta de los ideales y a la corrupción que conlleva el poder.
Un libro muy interesante de lectura fácil. Y por favor, en este caso no se vean la peli.

viernes, 22 de julio de 2011

Hacia arriba

http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=653549

Y no digo nada más. ¡Esto no acaba aquí!

miércoles, 20 de julio de 2011

El Vengador Tóxico



Serie B en estado puro con mucho de serie Z. Mala música, guión absurdo, efectos cutres y unas sobreactuaciones dignas de peli porno. Si es así; ¿porqué narices El Vengador Tóxico es una película que se deja ver e incluso la disfrutas?

El argumento trata sobre Melvin, un pringadillo que por culpa de los guaperas del gimnasio acaba en un cubo de residuos tóxicos, convirtiéndose en un monstruo de dos metros amorfo. Melvin se dedicará a vengarse de los que le hicieron eso, que además, son una panda de niñatos ricos aburridos que se dedican a atropellar niños por la calle y masturbarse con las fotos. Si, es raro. También luchará contra la corrupción en el ayuntamiento de Tromaville y las bandas de traficantes y proxenetas, siempre con sus métodos sádicos y políticamente incorrectos y dejando unas fregonas ante sus víctimas.
Podría ser perfectamente (salvando las distancias) una revisión de Taxi Driver con gore y tías buenas. Toxie, el protagonista, es la lluvia que limpiará las calles de la escoria, parafraseando a Travis, en esta ciudad aledaña a Nueva York, Tromaville. Y es que la película lleva intrínseco un mensaje cívico, social y ecológico.
Melvin es uno más de los parias sociales que quedan fuera del culto al cuerpo, la liberación sexual y la moda, siendo vapuleado por ello. Luego, cuando se convierte en una monstruosidad, se venga de todos ellos y hasta consigue una novia que está buena. Esto no parece sino la plasmación del sueño de cualquier quinceañero granujiento al que más de una vez le dieron una paliza en los lavabos o le persiguieron corriendo hasta la puerta de su propia casa por motivos que él y sus propios verdugos desconocían. Es la búsqueda más retorcida y recóndita del alma humana y su sed venganza, de las pulsiones del tanatos freudiano, sacadas a la luz en bronceados artificiales y músculos vigoréxicos.
Pero no nos engañemos; esto es la Troma y El Vengador Tóxico. Disfruten de las tías buenas y de las creativas muertes; la película merece la pena.